En algún momento del documental, Boon Jong-ho refirió con esas palabras la esencia de su etapa estudiantil.
En aquella época, todavía era muy joven, y ya amaba el cine. Tal vez su impronta fundacional no alcanzó la fama de la revista Cahiers du Cinéma, pero sirvió como pretexto de agrupar a sus compañeros de clase en busca de un espacio para desentrañar secretos del séptimo arte.
No lo hizo como afición, sino como un tipo de ejercicio cultural. Entre los allí reunidos, con instrumentos poco convencionales, crearon una experiencia para la investigación, la creatividad cultural.
Esa marca se preservó en imágenes, y esas imágenes se acaban de llevar al cine. Y la película, más que otro proyecto para espectadores interesados en la ficción, se detuvo en captar instantes inolvidables donde todos los aprendices iban descubriendo los misterios del celuloide. Y, con el paso del tiempo, los otrora estudiantes se convirtieron en empresarios exitosos, catedráticos universitarios, técnicos calificados y cineastas reconocidos. Bong Joon-ho fue la figura central del movimiento, pero no la única.
Fuentes: Listín Diario